Me desperté con
un grito. Creí que estaba soñando, pero no. Sonia estaba encogida, en posición
fetal y las lágrimas salían como hilillos de sus ojos.
-¿Qué te pasa, honeybunny?
Movía la cabeza
y apretaba los labios.
-Sonia por
favor, cariño, dime algo.
-Me
duele-sollozó-me duele mucho.
-¿Qué te
duele?-pregunté asustado-Déjame ver.
Me incorporé
para ponerme más sobre ella de lo que ya estaba. Tenía la mano sobre el
abdomen. Levanté las sábanas y lo ví. Sentí que me ahogaba, que me encendían
una cerilla en plena tráquea, pero mantuve la calma para no alarmarla. Ella no
se había dado cuenta, imaginé que debía dolerle mucho para no sentir la
humedad, su lado de la cama estaba totalmente empapado en sangre. ¡Maldita sea,
no podía estar pasando esto!
Me levanté de la
cama y me fui a su lado. Agarré su mano y se la besé, durante unos segundos
lloré en silencio. La miré a los ojos proyectando todo el amor que fui capaz.
-¡Escúchame,
nena!. ¡Mírame!
Abrió de nuevo
los ojos enrasados en agua todo lo que pudo y empezó a comprender.
-Te quiero-me
dijo
-Me too,
honeybunny, me too.
-Mucho.
-Ahora te voy a
ayudar a levantarte ¿ok?
Y Sonia asintió
con un movimiento de cabeza.
- Te vas a
duchar y a vestir y nos vamos a ir al hospital-le dije yo.
Al oír la
palabra hospital el horror se dibujó en la cara de Sonia, aunque estaba seguro
que ella sabía muy bien lo que le estaba pasando, pero supongo que, de alguna
manera se negaba a reconocerlo.
Hizo ademán de
levantarse, pero se caía porque las piernas no le aguantaban. La sujeté y metí
las manos bajo sus rodillas para alzarla. Me tambaleé, yo tampoco estaba en mi
mejor momento, pero me equilibré rápidamente.
La llevé hasta
el baño. Abrí la ducha y mientras el agua adquiría la temperatura adecuada nos
estuvimos abrazando. Toqué el agua con mis dedos para comprobar si ya estaba
lista y ayudé a Sonia a meterse en la bañera. Cogí la esponja y el gel. La
enjaboné bien las piernas y el trasero que estaban rojos de toda la sangre que
había expulsado.
Por la cantidad
de sangre que había en las sábanas era muy probable que ya hubiese expulsado
todo, pero luego lo comprobaría, había que ir hospital sí o sí.
Sonia se había
espabilado un poco y la dejé bajo la ducha. Recogí el pijama ensangrentado y me
fui a la habitación a inspeccionar las sábanas y la ropa sucia, no vi nada,
sólo sangre. Cogí ropa limpia y la llevé al baño. Sonia seguía bajo el agua,
asustada y curiosamente más preciosa que nunca.
Todo lo que siguió después se volvió blanco, lleno de desesperación.