El otoño dejaba caer sus últimas hojas
resbalaban inquietas en sus manos.
Puede que fuesen como el destino
aquel que no era suyo,
y siempre se le escapaba.
Volvía aquella vieja sensación…
la de no merecer.
Quizás fuese el otoño, quizás ella.
Y esbozaba aquella eterna sonrisa tonta,
sonrisa de enamorada.
la de después del
café,
la de cuando se miraban,
la del “bésame”.
Las manos buscándose bajo la mesa,
su mirada absorbiéndola,
sus labios pidiendo más.
Y aquella sonrisa.
La que mantuvo durante el invierno,
con muchos besos, muchos más cafés
y todas las sonrisas tras el cristal.
Ella pensaba en la Primavera,
en los paseos agarrados de la mano,
los besos furtivos en mitad de ninguna parte…
Pero aquellas manos dejaron de darle calor,
Los besos se congelaron,
La miradas se apagaron
Y no llegó la Primavera.
Sólo el frío, la soledad vacía tras el cristal
Y el café, sola, sin sonrisa.
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