Había anochecido
sin darme cuenta, sentía como si los colores de la noche me pisaran los
talones, era justo en este punto de tonalidad azul oscuro casi negro cuando
comenzaba la vida. Caminaba por una calle llena de bares a ambos lados. La
acera era quizás demasiado angosta para ser una de esas zonas por donde debe
moverse la gente de un local a otro. Hacía frío, demasiado. Me dolía la espalda
de ir encogido y me tambaleaba un poco, puede que más de lo que creía. Llevaba
bebiendo casi todo el maldito día y eso era lo que pensaba seguir haciendo
durante el resto de la noche.
Había dejado
pasar varios bares, no me llamaba la atención ninguno aunque curiosamente me
servía cualquiera, pero por alguna razón, no me animaba a pasar a ellos.
El penúltimo
local, casi al final de la calle, se veía un letrero de brillo ínfimo, HBH, no recordaba haberlo visto con
anterioridad y pasaba media vida en esa calle. Algo raro para un local recién
abierto, deberían revisar la instalación de la luz.
Me dirigí hasta
la entrada del HBH, aquí pasaría y
terminaría mi noche o todas las noches, nunca se sabe lo que te puede deparar
la vida.
Entré al bar, el
camarero estaba de espaldas a la puerta, hablando con una mujer y parecía
importarle poco o nada mi llegada. El sitio no estaba mal, era amplío y no
había mucha gente; para lo que yo tenía pensado hacer, beber, era el sitio
ideal, nadie que molestara, nadie que hiciese preguntas que yo no quería
responder, perfecto. Un pequeño escenario a la derecha, la barra del bar
alargada frente a la puerta y aquel letrero de luz roja al fondo de la barra
del bar, al verlo supe que era mi sitio: “Bienvenido al rincón de los corazones
rotos”
Yo tenía el
corazón roto, despedazado, destrozado, oxidado, apenas sin vida…Sue.
Sue era mi
chica, mi amor y se había largado para no volver. Desapareció un mes atrás, sin
rastro, sin explicaciones, ni una jodida nota, ni un beso de despedida, nada. Y
yo quería desaparecer también, no huir, sólo desaparecer donde ella estuviera;
pero cuando la tristeza te inunda, la sensación de la nada se apodera de ti, te
come por dentro y te consume ya no hay vuelta atrás, el paraíso se esfumó para
siempre.
Me senté en la
barra, debajo del letrero de los corazones rotos, al menos alguien me daba la
bienvenida; el camarero seguía a su historia, de espaldas a todo y yo quería
beber. Sonaba alguna canción, pero no atendía, mi banda sonora ya no era ni
recuerdo.
Alcé la mano
haciendo ademán de llamarle y antes de que abriera la boca, tenía al camarero
frente a mí y así fue como me quedé, con la boca abierta y totalmente en shock.
-
¿Qué te pongo, hijo?-
Me preguntó el camarero
-
¡Hostias!- Musité
-
Bueno hijo, puedo darte una pero eso no es de lo que
servimos aquí- me respondió sonriendo de medio lado.
-
Elvis Presley ¿no puede ser verdad?- dije
- El mismo que te sirve, hijo. Y te daré un consejo: no
vayas contándolo por ahí, además de tomarte por borracho también lo harán por
loco- Abrió la boca y dejó ver unos prominentes colmillos afilados.
Elvis estaba
vivo y era un vampiro gordo y pálido. Me quedé unos segundos mirándole, en
silencio y con los ojos abiertos todo lo que era capaz. No podía ser, era temprano
y estaba ya muy borracho pero la noche es larga y beber era mi cometido principal. Dudaba y divagaba. Dudé sobre si
Elvis era él, si existían los vampiros y sobre qué bebida pedir.
-
Ponme una Seagram´s en vaso ancho y sin hielo.- Le pedí
Dejé de beber
combinados de ginebra cuando supe que ya no tenía nada que perder. Para qué
mezclar, las mezclas son como las ilusiones: efímeras y engañosas. Y para qué
dudar con el licor que iba a beber si las dudas son tantas como las incertidumbres,
tantas o más como lo son tus silencios, Sue, que son respuestas, puñales
directos a mi corazón roto.
Elvis era un
jodido vampiro y me servía Seagram´s sola, en vaso ancho y sin hielo. ¿Podéis
creerlo? Cada vez que me llenaba el vaso me miraba y cantaba el estribillo de Don´t be cruel…
Don´t be cruel to a heart that´s
true
Cantaba y se
daba la vuelta haciendo su famoso movimiento de cadera mientras devolvía la
botella a la estantería.
¡Qué guapo era
Elvis, joder! Estaba gordo, pero aún así, pálido y con sobrepeso, seguía siendo guapo. Todos hemos querido ser
Elvis alguna vez, el Rey del Rock and Roll.
Seguí pidiendo
tragos… dos, tres, cuatro….Podía sentir la mano de Sue acariciando la mía bajo
la barra y la caricia de una tela sobre la piel desnuda de mi brazo ¡Joder
estaba solo! ¿cómo podía ser posible? Aunque si lo pensaba un minuto, tampoco
era posible que Elvis estuviese vivo y ahí estábamos.
Quería llamar a
Sue, probar suerte por si había vuelto a casa.
-
Señor Presley , me presta un teléfono, por favor- Le
pedí
-
Claro hijo, aquí tienes- Me ofreció su teléfono bañado
en oro.
Estaba alucinado
¿cómo coño lo había recuperado?, leí una vez que se había subastado. Yo, usando
el teléfono del Rey del Rock & Roll.
Marqué varias
veces pero nadie contestaba, sólo quería que Sue volviera, que contestara y
escuchar su voz….
Devolví a Elvis
su teléfono bañado en oro y le pedí otro trago. Dejó la botella de Seagram´s junto
a mi vaso, se estaría cansando de hacer el numerito de Don´t be cruel. Cogió su guitarra y se dirigió al pequeño
escenario…aquello era Heartbreak Hotel y seguía cantando de puta madre. Las
cuatro almas perdidas que estábamos en aquel extraño local no pudimos apartar
la mirada de él.
Desde luego
Elvis había conocido tiempos mejores, ya no le rodeaban cientos de mujeres pero
se le veía feliz, en paz consigo mismo y con lo que era.
-
Elvis, póngame otro trago
-
Todos tus pasos te han traído esta noche aquí por una
razón, hijo.- Me dijo Elvis sacando sus colmillos.
-
No quiero morir-Le dije
-
¿Crees que esa es la razón por la que has entrado
aquí?- Me preguntó
Me quedé
pensativo unos segundos. Sue. El jodido Elvis Presley tenía razón.
Volví a sentir
una mano, esta vez en la rodilla, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y el
corazón comenzó a bombear con fuerza. Ahora la veía, Sue, completamente pálida,
preciosa. Besaba mi mejilla y me acariciaba la cabeza con una ligereza
asombrosa. Estaba viva o no viva, pero estaba.
-
Sue, cariño ¿qué te ha pasado?
-
Shhhhhhhhhhh, calla- susurraba ella.
-
¿Dónde has estado?- Le pregunté
- Aquí, todo este tiempo. He estado aquí pero no me has
encontrado hasta esta noche. Voy a quitarte todo ese dolor que tienes, cariño.-
Me dijo Sue mirándome a los ojos fijamente.
-
¿A qué te refieres?- Pregunté confundido
-
Shhhhhhhhh, calla- Volvió a decirme.
Miré a Elvis que
nos observaba sonriente desde la barra. Sue me besó en la boca, paró y volvió a
mirarme fijamente, no sé qué demonios hizo pero yo dejé de ser yo y la poca
voluntad que me quedaba se fue con ella. Señaló con su dedo índice mi cuello,
lentamente fue acercando su boca a la marca y clavó sus colmillos con
delicadeza. Noté cómo la sangre de mi cuerpo se escapaba, me iba a convertir
para pasar el resto de mis días con ella. Una efímera sonrisa de felicidad
cruzó mis labios durante un instante pero Sue no paraba y Elvis comenzó a reír
a carcajadas. En un segundo lo tenía sobre mí, comiéndose mis entrañas y devorando
el poco dolor que Sue me estaba dejando. Cuando me quedaban pocas gotas de
sangre por drenar, supe sin ninguna duda que quería ser Elvis una vez más.
Ella se quedaba
con él y yo me quedaba seco y sólo bajo aquel cartel que me daba la bienvenida
otra vez en la misma noche.
P.D.: Gracias, B. por el movimiento
de cadera, gracias infinitas.
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