viernes, 30 de noviembre de 2018

AQUELLAS PEQUEÑAS COSAS



En estos tiempos nuevos y salvajes (como cantan Ilegales) que nos han tocado vivir, en los que se quiere tener todo y mucho más porque nunca parece suficiente. Un mundo donde prima la inmediatez del deseo, el todo vale, el postureo, el yo más que tú y el egocentrismo como estilo de vida, resulta que algunas veces nos cruzamos con gente fantástica que te dedica su tiempo, sus letras y lo hacen sin esperar nada a cambio, sólo por el mero placer de compartir.

En la vida tenemos buenas y malas temporadas, yo no estoy pasando por una demasiado buena últimamente y el tiempo pasa más lentamente. Como todo tiene su cara y su cruz, en estos momentos en los que tanto pienso, me doy cuenta de lo que tengo, de la gente que me aprecia y sobre todo de que hay que disfrutar de esas pequeñas cosas porque en realidad, esos detalles son algo grandioso que estarán por siempre guardados en la memoria.

Me considero una persona de pequeñas cosas, de pequeños detalles. Siempre me he fijado en cosas poco corrientes, creo que por esos detalles se conoce mejor a las personas, son los que nos diferencian de una u otra manera, lo que nos puede hacer especiales para alguien.

Disfruto tomándome un café, fumándome un cigarrillo, tomándome una caña, degustando boquerones en vinagre, hablando con mis amistades, leyendo (aunque cada vez lo hago menos), tumbándome en el sofá con la manta y ver una película o una serie, poniendo un disco (muchos discos), leyendo blogs, recibir un mensaje que te saca una sonrisa en el momento más inesperado y cuando más lo necesitas, las charlas a deshoras….pequeñas cosas.

Una nunca sabe si esas pequeñas cosas te esperan detrás de una puerta, en una bolsa olvidada, en un cajón, algo escrito en un papel, en un bar, en una red social o en cualquier blog. Unas te harán reír, otras llorar pero lo que os puedo asegurar es que esos detalles nunca se olvidan y son lo que forman en mayor o menor medida nuestra felicidad. 

Desde luego este es un pequeño blog pero todas y cada una de las entradas que se han podido leer en el mes de noviembre durante este 7 Aniversario, han sido grandiosas. Las han escrito personas fantásticas y auténticas que han derramado sus letras con todo el cariño y buen hacer posible. Espero que hayáis disfrutado, vivido y sentido tanto como yo leyéndolas. 

Muchísimas gracias a todas y a todos por verteros en este pequeño espacio con vuestras letras, vuestras canciones, vuestras historias, vuestro cariño….este número 7 no lo voy a olvidar nunca.

¡GRACIAS!


jueves, 29 de noviembre de 2018

KURT


Escribía con faltas de ortografía. 

Era adicto a la heroína.

Rendía pleitesía al coño de Courtney.

Estaba vacío por dentro. 

De ahí que escribiera aquella frase: me odio y quiero morir. 

Se manchó las manos, el pelo, el pecho, el rostro, el cuerpo entero con el blues antiguo y canalla de Leadbelly. 

Nunca supo qué hacer con tanto dinero. 

Tenía una escopeta y supo cómo usarla. 

Pasó por este mundo como un fantasma: perdido y desubicado. 

El amor no logró redimirlo. 

En el brillo de sus ojos se vislumbraba todo lo que estaba por venir. 

Como escribió Roberto Bolaño alguna vez, murió de tanta tristeza. 



Una colaboración de Rafael Calero Palma
Blog Mi Margen Izquierda 

miércoles, 28 de noviembre de 2018

VIDA VENENOSA

Te levantas una mañana y todo parece fluir de manera más o menos racional. La lógica de los tiempos dicta que debemos seguir poniendo buena cara a la tormenta de la época que nos ha tocado vivir, y no sirve regodearse en cualquier siglo pasado, que forzosamente será mejor. O mejor dicho, solo en algunos casos. Luego lees que se acaba de reeditar un disco que debería escucharse al menos un par de veces al año con toques ceremoniosos y el ruido de fondo deja de ser un mero comparsa y vuelves a creer que en las fronteras de lo improbable siempre hay resquicio para un rayo de luz. De vez en cuando un temblor de vida inteligente agita los cimientos de la maltratada industria discográfica y nos arrastra a unos cuantos a su añorado nuevo orden.

martes, 27 de noviembre de 2018

AGRADECIDO



Corría el año 1977 y la banda de rock española Ñu se manejaba entre dos líderes, Jose Carlos Molina y Rosendo Mercado, dos estilos diferentes, Molina más sinfónico, con su flauta, el Ian Anderson español y Rosendo más duro, mucho guitarreo, el Rory Gallagher nacional.  Curiosamente con el paso de los años se invirtió la situación, Molina se abrazó al heavy metal y Rosendo se apartó de ese circuito.
La personalidad de ambos también era muy diferente, Molina muy visceral y Rosendo un tipo tranquilo. Molina le decía a Rosendo que las canciones que él hacía eran un "leño". Tantas cosas antagónicas entre ambos no podía terminar de otra forma que en una ruptura anunciada, Rosendo se marcha del grupo y decide crear un nuevo grupo, al que decidió llamarlo Leño, en honor a sus canciones que según el Molina eran eso, un "leño".
En el año 1978 Leño debuta en el Alcalá Palace madrileño como teloneros de Asfalto, causando una gran impresión. En el año 1979 sale a la luz su primer trabajo de estudio, que se llamó como el grupo, Leño. Tras tres discos de estudio y un directo, ante el mal rollo que empezaba a haber dentro del grupo, Rosendo, en 1983, decide deshacer la banda, cuando estaban en el punto más álgido de su carrera, tras la gira exitosa junto a Miguel Ríos y Luz Casal en aquél inolvidable "rock de una noche de verano"
Pero el bueno de Rosendo tenía firmado cinco discos con la compañía Chapa Discográfica, faltaba uno y él decide deshacer el grupo. La compañía le instiga, le dice que se busque otros músicos y grabe el disco, a lo que Rosendo se niega diciendo que Leño eran él y sus dos acompañantes de siempre, Tony Urbano, bajista y Ramiro Penas, batería, aunque en el primer disco el bajista fue Chiqui Mariscal. Al no llegar a un acuerdo la compañía demanda a Rosendo y el resultado es que los derechos de las canciones de Leño pasan a ser propiedad de la compañía durante 20 años. Además se castiga a Rosendo con no poder firmar y grabar con ninguna compañía durante dos años.
Rosendo durante su estancia en Leño se había ganado gran cantidad de adeptos y tras los dos años en "cautiverio" ficha por la multinacional RCA. Lanza su primer disco en solitario en 1985, Loco por incordiar, todo un anuncio de intenciones, y consigue gran éxito, dejando en él una de las mejores canciones de rock en castellano, Agradecido.




Pero a partir de ahí empieza la caída del guitarrista carabanchelero, los pelos de colores, los niños desenfadados que no sabían ni como se cogía una guitarra, apoyados por los medios y por el poder establecido, deseosos de mostrar una España diferente al de la pandereta y las castañuelas, mandaron al paro a casi toda la generación de músicos de Rosendo, auténticos talentos se quedaron en el camino.
Rosendo no cambia de acera, y sigue fiel a su estilo de rockero urbano, un tipo de rock que casi todos atribuyen a él como pionero. Rosendo da conciertos donde apenas acuden 500 personas, ya no puede vivir de la música y se pone a hacer nóminas en una gestoría. Parecía el fin  del narizotas carabanchelero.
A partir de aquí poco que contar, amigos lectores, ya saben ustedes lo que ha sido, lo que es, y hasta lo que será Rosendo Mercado. Su larga trayectoria, su profesionalidad, su buen rollo, su fidelidad a un estilo por encima de modas y de modos, una manera distinta de hacer y sobre todo su autenticidad, canta como vive y vive como canta, hacen que al final de su carrera su estrella brille en lo más alto, siendo todo un referente ya no solo musical, sino personal, Las Ventas se vieron petadas en el 2014, 20.000 saltando y bailando ante el Rosen, con las entradas agotadas unos meses antes.
El Rosen se nos va de los escenarios, lo ha anunciado, ya, en un pis pas. Dará su último concierto en Madrid, en su Madrid, el 20 de Diciembre, en el antiguo Palacio de los Deportes Madrileño, las entradas duraron un periquete, se agotaron ya hace unos meses. Su hueco pasarán 50 años y nadie lo cubrirá, nadie igualará e a este personaje, muy buen tío, tan singular, y sobre todo tan AUTÉNTICO.

Maneras de vivir


 Una colaboración de Quisco El Ermitaño  

lunes, 26 de noviembre de 2018

JACK DANIEL'S OLD No 7... ¡PURO ROCK AND ROLL!


Las "cajas en forma de corazón" de Tina (Tina's Heart Shaped Boxes), repletas de música inspirada e inspiradora de recuerdos, sensaciones y reflexiones en forma de relatos y poemas, cumplen nada menos que siete años. Desde luego, no es una cifra cualquiera y merece una celebración a la altura de tal aniversario...
El siete siempre ha sido considerado un número místico, con cierto poder mágico y asociado también a la fortuna o la buena suerte. El "7", escribámoslo así para despojarlo de su lastre como palabra y realzar su importancia como guarismo, simboliza el conocimiento y la vida interior. Se dice del 7 que sirve de puente entre lo terrenal y lo espiritual, al contener el 4 que identifica a los elementos naturales y el 3 que representa el dogma de la Trinidad y la perfección pitagórica. El 7 parece regir nuestra existencia a muchos otros niveles. Por ejemplo, ordenándola en semanas que imitan el mito de la Creación y estableciendo ciertos límites que enfrentan los pecados capitales a las virtudes teologales, o a las que acompañan en su camino al guerrero del Bushido japonés. Y lo hace sobre un trozo de roca ("la tercera a partir del Sol", como dijo Jimi Hendrix) que, surcada por el romanticismo casi novelesco de los siete mares, perteneció al septenario astrológico de los antiguos griegos ratificado, después, por la astronomía de Kepler. El Cine se sumó a las seis artes clásicas, que en número de siete nos han dado desde enanitos a infiernos dantescos, samuráis y mercenarios del Far West, y también la sistematización de frecuencias alrededor de, cómo no, siete notas musicales.

Jack Daniel's Old No 7

          Es indudable que el 7 ejerce una gran fascinación. Sedujo a Jasper Newton Daniel, joven fundador de una destilería próxima al manantial conocido como Cave Spring Hollow en Lynchburg, Tennessee, que decidió etiquetar su whisky como "Old No 7". Aunque dicha etiqueta indica 1866, los registros históricos datan la fundación en torno a 1875. También existen dudas sobre la fecha de nacimiento del propio fundador, al que nos permitiremos la familiaridad de llamar "Jack" Daniel. Son lagunas propias de siglos pretéritos que contribuyen, sin suponer realmente una intriga, a engrandecer el mito envolviéndolo en misterio. Igualmente ocurre con el mencionado número 7 de la icónica etiqueta de Jack Daniel's. Se han enunciado numerosas teorías para explicarlo que, curiosamente, no mencionan la coincidencia de que Lynchburg sea también conocida como la ciudad de las siete colinas por su orografía romana. Entre las más peregrinas, está la que sostiene que Jack Daniel habría mantenido relación con varias novias, siendo su favorita la séptima. Algunas apuntan al método de elaboración, argumentando que la receta número 7 fue la definitiva o que para lograr las características adecuadas las burbujas de la fermentación debían alcanzar el tamaño de un perdigón del 7. Y otras, mucho más pragmáticas, apuntan a que la destilería era la séptima a lo largo del río James o que simplemente fue el número asignado por el gobierno al formalizar el registro de la empresa y que, a pesar de que por motivos fiscales acabó siendo la dieciséis, se mantuvo en la etiqueta por razones comerciales.

Jack Daniel's Old No 7... ¡puro rock and roll!

        Sin embargo ninguna de esas teorías, y aún menos la que hace referencia a las novias de Mr. Daniel, justifica el porqué del adjetivo "old" que precede al número 7. Un misterio más. Ese "old" nos remite a lo clásico, lo lejano en el tiempo, lo duradero y reposado, lo maduro o, como se ha extendido en los últimos años, lo vintage. Por eso, quizá, el bourbon es precisamente el ingrediente básico de uno de los cocktails más antiguos que se conocen y el primero en tener nombre propio: el "Old Fashioned" (que podríamos traducir como chapado a la antigua). En esa línea el "Old No 7" de Jack Daniel's parece el acompañamiento perfecto para aquel "Old time Rock and Roll" al que cantaba Bob Seger en favor de otros géneros musicales y que, en cierta modo, también podría decirse que vino a nacer por tierras de Tennessee. El rock and roll y su vieja escuela se han convertido, para quienes tantas veces nos encontramos fuera de momento y lugar, en el mítico Shangri-La donde resguardarse del pensamiento adocenado, de los sentimientos teledirigidos, de las emociones artificiales, de la superviviencia (que no vida) acelerada, de los placeres sintéticos, del atrevido anonimato de los nicks, de los escaparates de felicidad impostada, de los valores cuestionados y de las alternativas cuestionables. De un tiempo, al fin y al cabo, caracterizado por la personalidad doblegada y los espíritus domados.
De hecho, en los orígenes del "Old Nº 7" la música también tuvo cierta relevancia: el propio Jack Daniel reunió una pequeña banda de músicos locales, una de las conocidas como gazebo bands por animar celebraciones tocando sobre kioscos o veladores (gazebo en inglés), para atraer al público a su local de despacho de bebidas. A partir de esa conexión musical, resulta ya difícil desligar el "Old No 7" de Jack Daniel's de la iconografía del rock and roll, para cuyos amantes se ha convertido en bandera de autenticidad. Un símbolo de actitud, tan mitificado como las señales de la Route 66, las perillas de control de una Gibson o las burbujas del arco multicolor de una Wurtlitzer.

Jimmy Page (Led Zeppelin)... & Jack Daniels Old No 7

Keith Richards (The Rolling Stones)... & Jack Daniels Old No 7

The Everly Brothers escribieron una canción titulada "Jack Daniel's Old No 7" en la que un hombre cambia a su amante por una colección de botellas de Lynchburg, Tennessee. Por supuesto, Jerry Lee Lewis (The Killer) no se privó de hacer su propia versión. Son muchas las fotografías de bandas como Led Zeppelin y The Rolling Stones en las que una botella de "Old No 7" se convierte en el atrezzo imprescindible de encuentros, fiestas,  ensayos y conciertos a los que se sumaban desde Tina Turner a David Bowie. De hecho, se cuenta que Mick Jagger hubo de proscribir temporalmente su presencia para atemperar la afición de su compañero Keith Richards por dicha marca. También Tom Petty o Bon Scott se dejaron retratar en compañía de la mítica botella y Michael Anthony, de Van Halen, se hizo fabricar un bajo con su forma. El hard rock más contemporáneo tampoco es ajeno al "Old Nº 7": son legendarios los tragos de Tommy Lee durante sus solos de batería en los conciertos de Mötley Crüe, y archiconocida la imagen interior de los "Use your illusion" de Guns N' Roses en la que Slash agarra con ambas manos una imprescindible botella de Jack Daniel's. En el caso de Lemmy Kilmister de Motörhead, el "Old No 7" parece una extensión de su propio brazo. La etiqueta negra y blanca ha inspirado carátulas como la del único álbum en directo de Pantera, o camisetas como las omnipresentes de Loquillo y Trogloditas a finales de los ochenta en las que el logo del Pájaro Loco se insertaba en el diseño de Jack Daniel's. Y es que el "Old No 7" no entiende de nacionalidades, porque tampoco es raro ver una botella cuadrada sobre el piano del queridísimo Johnny Burning.

Slash (Guns N' Roses)... & Jack Daniels Old No 7

Lemmy Kilmister (Mötorhead)... & Jack Daniels Old No 7

Parece ser que fue Frank Sinatra quien lanzó el "Old No7" al estrellato cuando sus ventas no eran mayoritarias. Allá por 1947 se lo descubrió el cómico Jackie Gleason y, desde entonces, no dudó en consumirlo durante sus recitales presentándolo como néctar de dioses o el mejor licor del mundo. Las ventas de la marca se dispararon y la botella de Jack Daniel's casi terminó siendo el sexto miembro del Rat Pack. No por nada cuando Dean Martin cantaba aquello de I love Vegas... añadía a continuación ...like Sinatra loves Jack Daniel's. No era precisamente Frank Sinatra el mayor abanderado del rock and roll, pero desde luego no se le puede negar autenticidad. Él inventó el negocio. Él fue el presidente del consejo (the chairman of the board). Y él empezó la leyenda musical del "Old No 7" hermanando en el fondo de una copa de bourbon una pluralidad de estilos, de artistas heterogéneos, mensajes y, sobre todo, buen gusto y savoir faire.

Dean, Sammy, Frank... & Jack Daniels Old No 7

El caso es que el blog "Tina's Heart Shaped Boxes" también lleva ya siete años orbitando alrededor del rock and roll sin complejos ni cortapisas, "vertiéndose" (como la propia autora dice) en textos inspirados por una ecléctica selección musical, pero también literaria y cinematográfica. Como en el fondo de un "Old No 7", aquí hay sitio para todos. Nadie está de más: de las gasolineras de Faulkner a la cercanía de Willy DeVille, pasando por Manuel de Molina, M-Clan o las sentidas despedidas a Leonard Cohen y Lou Reed
Un blog a corazón abierto que, como el buen whisky, se hace gota a gota con mimo y dedicación y que, administrado en pequeñas dosis, calienta y reconforta el interior. Un blog que, como el rock and roll, es un buen refugio para outsiders.
Tomen pues una copa entre los dedos, elijan bien los surcos de vinilo por donde van a dejarse llevar, y disfruten de la musical y hermosa manera de ver el mundo de "Tina's Heart Shaped Boxes".
Siete años ya. Siete.
Cheers!

Una colaboración de  anaquelesabarrotados.com / twitter: @anaquelesabarr1)

domingo, 25 de noviembre de 2018

Y A ESTAS GANAS DE LLORAR LAS LLAMARÉ COMO ME SALGA DEL COÑO

Hace algún tiempo alguien me preguntó que me hacía especial. Pues aparte de aguantar las resacas como un campeón no supe que decir. Siempre he pensado que especiales nos hacen los demás, son capaces de vislumbrar ese algo que te hace brillar en la oscuridad aunque sea de lejos. Que necesitamos de otro para que esa circunstancia distintiva pueda vivir y surgir a la superficie. No solo las personas son únicas y se adhieren a tu día a día de una u otra manera, también las canciones se convierten en dogma de fe. Como filosofía de supervivencia he adaptado y adoptado esas frases contenidas entre acordes que se han tatuado por derecho propio en mi alma. “Pon esa música de nuevo son un montón de recuerdos...” porque las sonrisas y las lágrimas se atan de por vida a un estribillo. “No pienses que estoy muy triste si no me ves sonreír, es simplemente despiste, maneras de vivir” especialmente esa mañana que frente al mundo juraste que no serías como ellos. “...Even the losers get lucky sometimes...” cuando aprietas los puños y sonries de forma maliciosa al comprobar que los planes a veces terminan saliendo bien. “...That night we went down to the river
And into the river we'd dive...”
ya que al final las cosas importantes de la vida son aquellas que necesitan el contacto de la piel y no el del papel impreso por un banco.

En estos tiempos modernos que nos ha tocado vivir olvidamos la importancia del contacto humano, de una mano extendida que a veces camina a través de una conexión de internet. La blogosfera llegó a ser algo maravillosa hasta el momento en que el ego fue mayor que las palabras, cuando la palabra blogger cobró demasiados visos de oficialidad. Una desmesura que lo llevó a su muerte prematura por exceso y dejó resistiendo solo a aquellos a los que motivaba la pasión. Sigo visitando los blogs que me gustan en una tradicional estación de penitencia a la que pondría nombre de discos maravillosos. Este tren que recorre los raíles de las palabras encontradas hará paradas en “La estación de los corazones rotos”, en “Algún lugar de la marcha”, en “El patio”. Apeaderos donde conviven los recolectores de circunstancias en forma de escritos en esta pared virtual. Precisamente en uno de ellos mora Tina Jara que ha marcado en rojo en el calendario el séptimo aniversario de su Tina's heart shaped boxes porque el siete para ella es algo especial. Y me abre la puerta de su rincón para que moren mis historias durante este día. ¿Por que es especial Tina, debería ser la pregunta?. A pesar de ser dos perfectos extraños, la conozco a través de las ventanas que va abriendo en su blog y en su TL de Twitter mostrando a un público diverso y agazapado tras un teclado aquello que necesita mostrar. Tina nos muestra una señal luminosa junto al timbre que anuncie nuestra llegada anónima al dominio de sus palabras, de sus sentimientos encerrados. Y por ello, yo que junto a letras encerradas en una canción colecciono frases que las ejecutan las manos pero por orden de las entrañas. Por eso querida Tina te robo aquello de “Y a estas ganas de llorar las llamaré como me salga del coño” porque nunca tanta libertad individual se disfrazó de rabia para soltar un sentimiento.

Y es que a nuestras ganas de llorar, de reir, de luchar o de gritar siempre les pondremos como nos salga del coño porque si algo jamás nos podrán robar en estos tiempos inciertos en los que los gurús han cambiado los púlpitos por las redes sociales y en el que los informativos han manchado hasta lo indecente el significado de su nombre solo nos queda el ser capaces de seguir en pie. Me asomo a la terraza y grito. No me importan las caras de los extraños, me sobran los signos de indulgencia, me causan indiferencia los consejos paternales. Aprendo de mis errores y no me arrepiento de ellos porque jamás actue de mala fe. Y si lo hice alguna razón tendría. Miro hacia mi equipo de música y antes de comenzar la siguiente canción la megafonía anuncia que en cinco minutos el tren estacionado en la vía principal tomará la salida. Mientras Bryan Adams grita a voz viva que el verano del 69 fue el mejor de su vida me voy preparando para la próxima visita. Y recuerda querida Tina, que a nuestras ganas de llorar, gritar, correr, hablar o saltar les pondremos como nos salga del coño.

Una colaboración de Carlos Tizón 

Blog Motel Bourbon  
 

sábado, 24 de noviembre de 2018

LA LISTA....


Como todas las mañanas Augusto Nota salió a la calle, con todo en él en orden, para dirigirse a su puesto de trabajo. A medida que andaba, mentalmente, repasaba la lista de tareas para hoy. Recordaba exactamente el estado en que había quedado todo el día anterior. De todas maneras al sentarse frente al ordenador, volvería a ver la ristra de pósits pegados en el filo de la pantalla, que con concisas listas enumeraban un abanico de cometidos. Una nota para el índice laboral, otra para su lado “ama de casa”: lo indispensable a la hora de hacer la compra en el supermercado; una tercera con un listado de canciones a escuchar detenidamente. La cuarta nota con el número de su centro de atención primaria, el número de historial, el nombre del doctor en cuestión, la hora y día de la visita, y por debajo, con una flechita muy bien dibujada y que indicaba un subnivel, una derivada, el día y hora de la analítica previa. El mundo de la salud, el tema médicos en general, era complicado, y el riesgo de un olvido, de consecuencias fatídicas. Volver al inicio del laberinto.


En la vida de Augusto Nota todo se regía por listas. Todo estaba previamente planificado y listado. La lista era la prevención, el cálculo, el método, la memoria e incluso la motivación, a manera de recordatorio. Listas para sus pasiones. Las diez mejores películas de la historia, según su criterio. Los famosos diez discos que te llevarías a una isla desierta. Libros, amigos, estudios, gastos mensuales, actividades vacacionales. Cualquier actividad humana es susceptible de merecer una lista. La obligación, entre comillas, de confeccionarla le forzaban a tener que depurar, examinar y examinarse. Escoger por detalles o después de un concienzudo análisis, que o quien entraba a formar parte de una lista y en que orden, más que un pasatiempo o una manía se habían convertido en una filosofía de vida. Por la lista, el camino hacia el orden y el éxito. La racionalidad al poder. Y la falsa seguridad de tenerlo todo bajo control. Únicamente su testarudo romanticismo podía poner en duda semejante convicción.


La mañana pasó. Sin altibajos, ni noticias, plana. Llegada su hora, Augusto salía a la calle, al igual que todos los días, para dirigirse a un humilde bar cercano, donde servían económicos menús que ponían a salvo su equilibrio nutritivo, manteniéndole en cierta armonía alimenticia. Abrió la puerta del local tal quién abre una caja de ruidos y el agudo murmullo se escapó un poco hacia el exterior. El griterío de los camareros, amasado con el colchón de calmadas conversaciones de mesa, ocupaba todo el local, una densa niebla sonora. Desde la barra, uno de los camareros, le señalaba una mesa a tocar que quedaba libre. Ocupó su lugar, paciente asistió a la ceremonia de limpieza de la mesa. Le colocaron servilleta y juego de cubiertos, que no pudo evitar colocar perfectamente perpendiculares, como gesto, como tic.

Mientras esperaba, buscando musarañas que mirar, una mujer abrió la puerta del local, y por un segundo la luz del mediodía, que entraba del exterior, le dibujo la silueta como a una aparición en el horizonte, como una señal divina. 

La señora vino a ocupar precisamente el taburete que había frente a él. Dejó su bolso en la barra, y con mucho cuidado, calculando el movimiento, a la vez que se cogía la costura del vestido, para acompañar, con la otra mano se apoyaba en el taburete, y en un ínfimo brinco acabó sentada.


La realidad se había descosido para dejar entrar algo de color. El color rojo de los zapatos de aquella dama. Zapatos de salón de tacón alto, tacón que se engarza en el fino reposapiés del taburete. Medias negras que trepan por sus piernas hasta esconderse en el vestido tubo negro. Uñas rojas. Melena cobriza. Poderosa. Elegante. No pudo evitar mirarla, una vez y otra, reiteradamente, fuera de toda lógica y con la justa medida de no ser sorprendido en el acto. Pero la insistencia es enemiga de la seguridad y de la corrección, y acabó por cruzarse con sus ojos. Empezó a sentir calor, aunque el verano empezaba a ser recuerdo, una gota de sudor abrió la veda en su frente. Y ella sonreía, primero tímidamente, más tarde abiertamente, de una manera limpia, alegre. Cautivadora. Él siguió comiendo como pudo entre sonrisa y sonrisa, entre mirada y mirada. El incremento en la frecuencia, de las sonrisas, presagiaba la primera palabra en cualquier momento. Pero no fue palabra sino gesto, y más que gesto, ceremonia, la de descenso a la tierra. Recogió sus mínimas pertenencias, giró muy lentamente la cabeza, para mirarle, a él, intensa, metálica. Desde el ángulo de su hombro, le dijo sin decir. Se dirigió a la puerta del local, y ya en la calle, se detuvo a encender un cigarrillo. Él, sin escuchar entendió. Pidió la cuenta, pagó, se despidió, palpó todos sus bolsillos para comprobar que estaba todo en orden y se deslizó entre las mesas hasta la salida.


Caminaron, ella de su brazo y el conversador gesticulante infatigable, dejando tras de si una hilada de carcajadas en el aire. Llegaron hasta un museo y entraron para ver una exposición de fotografía. Siguieron susurrándose al oído pequeñas conversaciones. Ella amenazaba con gritar como repuesta a la ultima ocurrencia de él. El trasgresor desafío del grito que rompa el sacro silencio. Sonrisas una pizca maléficas, y más que maléficas, cómplices, traviesas. La complicidad les embistió, y tras el paso de un guardia de seguridad, él la cogió por la cintura y la beso. Ni un reproche, ni un alejamiento. Era sabido y consentido, dado por supuesto. Gustoso y deseado, querido. Escribimos momentos inexplicables, tan solo por la sucesión de otros inexplicablemente deliciosos. Pesan más según que miradas que según que palabras.


Igual que niños entusiasmados, varios besos mediante, volvieron al ruido y a los coches. ¿Qué hacer con todo aquello que llevaban dentro, a media tarde de un día laborable? ¿En qué lista figuraba la instrucción para el siguiente paso a realizar? ¿Dónde está el orden cuando más se le necesita? Creo que la pasión ha ocupado su lugar, y toma los mandos de la situación. Ella habló de un hotel por horas y a él le pareció un milagro ¿Existían esas cosas? Se dejaron llevar, más bien él se dejó llevar, y zambulló en la vida como en una aventura, como una película interactiva. No podía dejar de sonreír. Todo el misterio y toda la pasión. Todo el gusto y todo el desorden. El vértigo de la ausencia de control.


Se besaron, se mordieron, se chuparon. Se arrancaron la ropa con el hambre. Se abrazaron. Se follaron como si fuera la última vez. Gritaron y rieron mucho, mucho. El orgasmo trajo atada a su cola un cadena de carcajadas imparables. Solo les falto llorar de felicidad. Estallaron el uno en los brazos de otro. Brillaron. Y como las bengalas de las fiestas infantiles, se fueron apagando, tras el éxtasis. La complicidad seguía ahí, junto a las sonrisas, más blandas ahora, y las miradas susurrantes, confidentes. Abandonaron el establecimiento, cogidos de la mano. Las luces de la noche les acompañaban. Hablaron y sin planificar decidieron seguir escribiendo aquella historia. Volverían a verse. Se dieron los teléfonos y las ultimas caricias, los últimos besos. Besos que sabían ricos, se sabían primeros de miles que vendrían.



Augusto volvió a su planeta y a sus rutinas, en el punto en que podía retomarlas. Se dirigió a su casa envuelto en ilusión desbordante. La agradable desazón del estreno, de la novedad fascínante. Durante el camino, pensando, pensando, recordó que en cierta ocasión elaboró una lista para reconocer a la mujer ideal. Con una nueva sonrisa dio por trazado el plan, la buscaría y comprobaría cuan acertado habría estado. Le divertía la idea de cotejar el paso del tiempo entre sus deseos antiguos y los actuales regalos de la realidad.


Al llegar a casa empezó la búsqueda. Cajones y cajas en los que hacía tiempo que no miraba, archivos del pasado. Libros amontonados en la mesita de noche, y en uno de ellos, entre la solapa y la primera página, encontró la lista. La mitad de una cuartilla, cortada a mano. Amarilleante en los bordes, y con la tinta del rotulador un tanto evaporada por el tiempo. “LA MUJER” en mayúsculas escritas a mano, subrayado y seguido de un listado con más de diez puntos. Augusto tomó su rotulador rojo de tachar. Empezó con el primer punto, siguió con el segundo, y así hasta acabar con los diez. Como todavía quedaba espacio para algún punto más, con el mismo rojo tachador, marcó un nuevo punto y escribió a continuación un enigmático “Ella…” Dejó cuidadosamente el rotulador sobre la mesa y se hundió en su sonrisa y en el sofá. Sin buscarla la había encontrado y el destino se había reído a carcajadas en sus narices. Por suerte no siempre triunfan el orden y la lógica.


Algún vecino estaría escuchando música porque se le colaba por la ventana que da al patio interior. Question Mark & The Mysterians y su “96 Tears”. Ya nunca olvidaría esa canción…


 
Una colaboración de L´Home Llop

viernes, 23 de noviembre de 2018

LECCION SE ESCRIBE CON SIETE LETRAS


En primer lugar quisiera dar las gracias a Tina, por permitirme el honor de estar en esta celebración de letras para conmemorar el célebre cumpleaños de un lugar que me encanta. Es como cuando en tu local favorito están de fiesta. Siete años, se dicen pronto.

Es curioso todo esto, no soy supersticioso pero me gusta el número siete, dicen por ahí que es el de la buena suerte, pero en mi caso no sé, es un número que me ha marcado desde niño, y por suerte, para bien. 

Muchas de las cosas importantes de mi vida han ocurrido en un día siete, a veces del séptimo mes, amor, graduación, logros, etc.  Pero si tengo que quedarme con algo hoy,  me quedo con aquel diciembre en el que cumplía siete años y mi padre, alguien muy importante para mí, me hizo uno de los mejores regalos de mi vida. Una flor con siete pétalos.

No soy un hombre de extremos, nunca lo he sido, ni soy de cielo ni soy de infierno, soy de esos que se quedan permanentemente en el limbo y aquella tarde para no variar, también lo estaba. Hacía mucho frío y a ratos echaba un vistazo por la ventana  para ver si la suerte me obsequiaba unos copos de nieve para decorar mi cumpleaños.  Miraba entusiasmado por la casa intentando encontrar alguna caja con papel de colores y lazos, o un bulto enorme envuelto en esa especie de papel acartonado brillante. Obviamente no encontré nada pero la inquietud no me dejaba esperar, y terminé preguntando por mi regalo. 

Mi padre con gesto serio pero elegante, escondiendo una pícara sonrisa, levantó su dedo índice y dijo: Lo tienes justo ahí.

Corrí hacia la mesita que él había señalado, y cuál fue mi sorpresa cuando me encontré media hoja de papel en la que había dibujada una flor con siete pétalos. El berrinche fue tremendo. ¡Que ofensa a mi infantil dignidad! no comprendía aquella barbarie ¡Era mi cumpleaños! Mi enfado era tan importante que desfilé hacia mi cama y lloré durante un buen rato.

It's my party and i cry if i want to, que diría Lesley Gore. 




Después de llorar amargamente, reaparecí en mi fiesta de mala gana, con un aspecto lamentable, los ojos como dos globos y la nariz colorada por aquella pataleta. Mis amigos y familiares me hicieron algunos regalos, así que se me pasó el disgusto momentáneamente  jugando y comiendo pastel. Pero al terminar la fiesta volví a la carga con mi resentido ego y pregunté por aquel dibujo tan tonto que me decepcionó tantísimo. Él me explicó que ya era mayor para ocuparme de ciertas cosas como esa flor, que debía cuidarla y regarla con las gotas de mi creatividad, porque era una flor especial y muy mágica que me daría muchas satisfacciones en un futuro.  Me contó una especie de cuento sobre aquella flor con siete pétalos, me dijo que esa flor se llamaba Música y que esos siete pétalos eran las notas musicales que yo debía aprender y proteger, para usar el verdadero regalo que tenía para mí. Una vieja guitarra acústica que él había comprado siendo un mozo y había cuidado con mimo durante muchos años. Mi decepción pasó a ser una Lección. Interesante palabra que casualmente también se escribe con siete letras.

A mis siete años se despertó mi amor por la música, con aquella flor de siete pétalos y aquella vieja guitarra. Hasta hoy,  que ya peino canas, ha sido mi compañera, mi guía, mi luz y mi sombra, mi mejor amiga, mi brújula cuando he perdido el norte  y hasta mi faro en las malas mareas.

No encuentro un lugar mejor donde dejar esta historia que en manos de alguien que es Música por sí misma. Mi querida Tina con la que da gusto conversar de lo que sea y de quien siempre me acuerdo cuando escucho a Leño, Loquillo, Burning, Ramoncín y sobre todo a Eddie Cochran o nuestro querido Willy DeVille.

Nadie mejor que tú para cuidar de este recuerdo. Y en honor a este séptimo cumpleaños, te lo regalo con todo mi cariño. Felicidades por este maravilloso lugar, por tus letras, por tu pasión y confianza y sobre todo por convertir esos pétalos a veces tan musicales en letras y hacerlos viajar hasta el alma de quien te lee, en esas cajas tan tuyas con forma de corazón.

Como diría alguien: No te llamas Ponyboy,  pero sigue siendo de oro y muy rebelde por siempre Tina. 

Una colaboración de Kid 
 

jueves, 22 de noviembre de 2018

CANCIÓN DE AMOR EN UNA GASOLINERA

Con su viejo coche y dos dedos de gasolina en el depósito regresó a la ciudad para recoger los restos de su padre y cerrar una deuda con el pasado.

Era muy de mañana y llovía a la manera lenta, desesperante, interminable, que precede a cualquier final.

Odiaba las mañanas de lluvia, las tardes de resaca y las noches de insomnio.

En la residencia de ancianos, la directora le dio el pésame y le entregó lo que era de su padre, un bolsa de deporte verde, un portatrajes de poléster azul y una urna de color crema atravesada por una cruz negra. Luego canceló la cuenta corriente del viejo. Le dieron 542 euros en billetes de cien y de veinte y una moneda de dos.

Ese día que regresaba a la ciudad, alquiló una habitación barata en el Hostal Maracaibo. En un chino de esa calle compró pan de centeno, jamón cocido y una bolsa de hielo. En la Licorería Abade compró dos botellas de vino blanco de Rueda y una de Jack Daniels.

Vació la bolsa de hielo en el lavabo y puso las botellas de vino a enfriar. Su epopeya, los cuartos de moteles baratos donde se había despertado un millón de veces con la lengua pegada al paladar y cuerpos agonizantes al lado.

Dentro de la bolsa de deporte de su padre había ropa vieja, una radio Sony de plástico, una carpeta de cartón azul con sus informes médicos y el certificado de defunción, una billetera marrón gastada, un teléfono Motorola con tapa y su inseparable Omega Seamaster de 14 quilates.


En el portatrajes, un terno gris marengo, un cinturón con la hebilla dorada, unos gemelos de plata y una corbata negra. Se puso los pantalones y la chaqueta y fue de un lado a otro de la habitación con el vaso de vino en la mano. Su madre le repetía a menudo, “eres el calco de tu puto padre”.

Ochenta años de la vida de un hombre caben en una bolsa de deporte y en un portatrajes. Al final de ese día su padre era 542 euros, cuatro trapos y un vaso de Starbuck de color crema atravesado por una cruz negra.

Pasó las horas tumbado en la cama, con la radio Sony puesta en una emisora de música clásica y dos dedos de bourbon en el vaso. Así cayó en un profundo sueño, con la colilla del Camel quemándole los dedos.

Al despertar ya era noche cerrada. Se enjuagó la cara con el agua fría del lavabo y abrió la segunda botella de vino. Ya se lo había dicho el especialista. Si quiere matarse en pocos meses siga bebiendo. Consejos impagables que animan a seguir bebiendo.

Aún tuvo que terminar la botella y beber algunos tragos de Jack Daniels antes de atreverse a llamar. Tuvo que hacerlo porque puede que fuera la última oportunidad de volver a ella.

De cuando era sólo rock and roll pero les gustaba. Su piel pegada a su cuerpo, los dedos tecleando en la carne. Rock and Roll. Su mirada que se sumía en él y allí se quedaba, bailando en su pecho.

Sólo rock and roll. Aquel disco de Gene Vincent que le regaló pocos meses antes de que se acabara. Cuando en la contraportada escribió con rotulador indeleble: DE LA QUE SIEMPRE SERÁ TUYA. You Belong To Me. Mira el sol, vuela, sueña, pero nunca olvides que me perteneces.

Entonces la llamó. Ella dijo Hola y quedaron para cenar a la noche siguiente.




A media mañana salió del Maracaibo. Tiró en el primer contenedor la bolsa con la ropa, la radio, el Motorola y la urna color crema con la cruz en negro. Se compró una camisa celeste, una corbata de seda con luciérnagas verdes sobre fondo azul y unos zapatos negros. En el chino de la calle del hostal se compró una bolsa de hielo. En la Licorería Abades se compró dos botella de vino de Rueda y otra botella de Jack Daniels.

Una hora antes de la cita se duchó y se afeitó. Se puso el traje gris marengo y se anudó la corbata. Se puso los gemelos de plata y se ajustó el Omega de 14 quilates en la muñeca.

Cinco minutos antes de la cita estaba en la puerta del restaurante japonés Midori. Ella llegó diez minutos más tarde. Se besaron. Se miraron a los ojos. Ella dijo que no tendría que haberse puesto tan elegante para una cena tan informal como aquella.

Nada fue como había imaginado que tendría que haber sido. Tal vez porque los reencuentros son malas canciones que hacen llorar.

Ella habló de separaciones, desencuentros, penas, de un trabajo en la cocina de un kebab, de tres hijos, dos viviendo con ella, y de que le haría un favor si al terminar la cita la acercaba a su casa, y de que le haría un favor si le recordaba que tenía que comprar galletas y leche para el desayuno de mañana.

Ella siempre fue su amor y ese amor era tan imposible como llegar a mañana.

Más de veinte años a la espera. Y allí estaba, con su sonrisa, su pelo negro y sus manos nerviosas. Pero ya no sonaba la canción, su canción, la de la piel y los dedos tecleando en su cuerpo.

Nada tenía que haber sido como fue.

La miraba sin encontrar nada y ella lo miraba sin verlo. Ese instante en el que sabes que la vida es una estafa.

Por favor, que no se te olviden las galletas y la leche para el desayuno de mañana. La lluvia se estrellaba contra la ventana del Midori para dibujar una constelación de estrellas que destellaban con las luces de los coches.

Terminó la cita y él no llegó a recordarle las interminables tardes de cerveza y futbolín en el billar Oquendo, ni aquel concierto de Burning que no acababa ni cuando salió el sol, ni las madrugadas felices en el Tren Azul, garito estrecho como culo de rata. Ni le recordó el disco de Gene Vincent que le regaló pocos meses antes de que terminaran, el disco en el que había escrito con tinta indeleble: DE LA QUE SIEMPRE SERÁ TUYA.

Al final de la cena quedaba casi todo el sushi en la bandeja y sólo dos dedos de la segunda botella de verdejo que él había pedido. Mientras le traían la cuenta, ella fue al baño y él deslizó en su bolso 542 euros en billetes de cien y de veinte y una moneda de dos.

De camino a casa le recordó que tenía que comprar galletas y leche para el desayuno de mañana.

Pararon en la tienda de una gasolinera de Repsol que quedaba a trescientos metros de su casa. Fue la última vez que ella lo miró. Sus ojos eran dos luceros tristes que lo observaban desde el fondo de un vaso empañado.

Ella salió del coche con el paraguas y el bolso y su andar agotado. La lluvia moría en el parabrisas con una repiqueteo monocorde. Arrancó el motor y se alejó sin volver la vista atrás.

Aunque vueles en mil aviones de ensueño y se borre toda la memoria del mundo, siempre serás mía, amor.

Odiaba las noches de insomnio, las mañanas de lluvia y las tardes de resaca.

Una colaboración de Jánter P. Silano

Blog Bitácora de un fracasado  

miércoles, 21 de noviembre de 2018

TE PROMETÍ...



Te prometí mi sonrisa y no sé dónde la puse

Me prometiste una música de almíbar y el silencio sigue sonando

Te prometí sentimientos que me habitan sin ser míos, como quien regala una estrella

Me prometiste tu pereza mañanera, tú café compartido.  Ahora despierto tarde y desayuno solo

Te prometí un viaje sin paradas, sin peajes y sin fondas y resultó ser una carretera desierta

Me prometiste que pararías el tiempo, y ahora te veo correr, buscando el tiempo para ganar lo que te quita el tiempo que te falta.

Te prometí estrechar mi mundo, navegar por un canal ignorando el océano, oler el viento y no volar jamás

Me prometiste estar a mi lado, y no paras de irte a buscar cosas que ofrecerme, cosas que no son tú

Te prometí mis latidos, mis suspiros y mis pedos

Me prometiste una vida infinita, y no hablamos de comer. Después vino el hambre y con él la muerte de la eternidad y la fugacidad de una vida corta que se hace larga, y larga que se hace corta

Te prometí las miradas de la luz del día, mis vigilias… mis sueños jamás






Una colaboración de Paolo Cohollo