Ya le habían quitado dos taxis. Por eso se abalanzó
sobre el siguiente que se dignó, por fin, a detenerse. Sus dedos intentaron
aferrar la manilla de la puerta blanca al mismo tiempo que otras dos
manos querían imponerse a la suya. No lo dudó: puso su mejor cara de loca
desquiciada para acabar con la resistencia de las tres adolescentes
esqueléticas y "granudas". Sin lugar a duda fue una victoria
rápida y limpia contra fuerzas hormonales superiores. Sin disculparse, entró en
el vehículo y dejó caer sus noventa kilos en el asiento trasero. Tuvo que
repetir las señas al conductor varías veces, la voz le salía pastosa e
incoherente. Sí, había bebido demasiado. ¡Se sentía tan desgraciada!
El taxi tardó cinco minutos en dejarla frente al
portal de su piso. Ella tardó más de esos minutos en franquearlo.
Empezó a subir hacia la quinta planta. Lo hizo como
pudo. A cada paso que daba el alcohol hacía una visita a su garganta. Decidió
gatear. Por insólito que pareciera, los escalones eran más altos que cuando los
había bajado por la mañana. Para no caer se iba agarrando a la barandilla de
madera como si fuera el cuello de su ex amante, como si lo
estrangulara. En la segunda planta el sudor ya le traspasaba el
vestido. Se propuso por enésima vez que adelgazaría.
Cuando por fin entró en la casa fue directa a la
cocina. A la despensa. Ya en su dormitorio, con un buen surtido de galletas, la
cama la acogió tal y como estaba. Comió llena de remordimientos y luego intentó
dormir. Pero los acontecimientos del día anterior la perseguían. En
realidad le habían destrozado la vida. Lo mataría. Sí.
Al poco rato buscaba por todo el piso la
cajetilla de tabaco; no recordaba en donde la había escondido tras la sabia
decisión de no matarse poco a poco. Si algún día lo hacía lo haría en un visto
y no visto. Para no sufrir. Por fin la encontró en la mesa de la cocina, donde
siempre la guardaba. Tomó el encendedor de gas modelo pistola y tras mirarlo
intensamente, suspiró. Se encendió un cigarrillo, sopló y, tras otro suspiro,
giró el artilugio entre los dedos. Este salió disparado, golpeó la nevera, el
borde de la mesa, cayó al suelo y se deslizó, haciendo remolinos, hasta acabar
debajo de un mueble.
Pensó si recogerlo. También pensó en apagar el
cigarrillo. En echarse a llorar. Luego pensó que desde la ventana el salto era
perfecto. Llevó la mesa hasta ella. Apagó la luz de la cocina. Abrió la
ventana. Se subió a la mesa.
El estruendo fue ensordecedor. Digno para despertar
a todo el vecindario. La brasa que iba consumiendo el tabaco, el alquitrán, la
nicotina y demás sustancias que contenía el cilindro de papel le dijo segundos
después que la caída había sido hacia el lado incorrecto y que los trozos de
madera que le rodeaban eran los de la mesa. Al menos, ya que estaba ahí tirada,
recogería el encendedor.
Tina, me pediste que escribiera un relato para tu blog (y yo obedecí. Sabes lo mucho que me gusta escribir). Un blog donde muestras tu sensibilidad. Lo auténtica que eres. Además de ser una engatusadora musical. Por ello, quiero darte las gracias por tu confianza. Porque como escritora que eres conoces el esfuerzo que supone dar rienda suelta a la pluma, las dificultades que conlleva alinear con coherencia las palabras. Gracias de verdad. Un abrazo bien grande y que sigamos disfrutando de esta tu casa.
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Eliminar¡Gracias a ti, Consuelo! Hace mucho tiempo hiciste un post en tu blog nombrando el mío y yo tengo muy buena memoria....además siempre hubo muy buena conexión desde el principio y tenía que pedírte que si te apetecía escribir aquí, tenías que estar, así que lo que estoy es agradeciado por ello.
EliminarMe ha gustado muchísimo tu relato, vaya final...tan atropellado e inesperado. Un abrazo muy grande para ti también, y un beso.
No puedo dar a el corazón de "me encanta" porque no es facebook ni tuiter, pero hazte a la idea que he apretado el ratón para conseguir que apareciera.
EliminarMuy bueno, como todo lo que escribe Consuelo. Irónica, mordaz y con sentido del humor. Esto es la vida, una gorda estúpida y borracha.
ResponderEliminar¡Madre mía, Jánter! Mi ego ya está el doble de gorda que mi protagonista.
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