sábado, 6 de noviembre de 2021

EN LA ESTACIÓN...

 

En la estación…

 


Ser amigo de sus amigos no era solo una anotación en su perfiles de redes sociales. No le importaba echar una mano, incluso aprendió a disfrutar de ello. Disfrutar queriendo, mimando.

Siempre con prisas, eso sí. Se dirigía apresurado a la estación del tren de alta velocidad, a recoger a una muy buena amiga, que llegaba de un encuentro amoroso. Apoyo logístico a una historia de amor, la de su amiga, que en la madurez había encontrado a su Romeo, y él se sentía, gustosamente, el ama de llaves de Julieta, como colaborador necesario en la historia.

Aparcó el coche en el primer hueco que encontró, y salió disparado a la puerta de llegada. Resoplando, frenó de golpe, ante las puertas de cristal, que empezaban a escupir viajeros con cara de cansados.

Un señor que abraza a sus nietos, la adolescente recibida por sus padres y un hombre solo, maletín en mano y la prisa como software básico.

Un cálido goteo de emociones y encuentros, cortado de repente, como por un hachazo, con la aparición de una mujer deslumbrante. Entre tanto color pastel, se hizo presente el incendio de los colores, el de la vida viva. Melena rubia desafiante, peinada hacia atrás, porque no hay duda que le toque un pelo. Ojos y piel más bien claros, características indudablemente europeas. Rasgos fuertes, hoyuelos en las mejillas, una mirada de brillo atómico y unos labios encarnados, que bien podrían ser las puertas del infierno. Contenida en un traje chaqueta gris marengo oscuro, mostraba medias negras de rejilla y unos zapatos de talle alto, rojo fuego, a juego con la boca. Una determinación al andar que excitaba al aire. Resplandeciente.

 La señora parecía ir decidida y determinantemente hacia él, como tirada por un hilo de ganas de llegar. El asombro que empezó por ser insignificante, creció progresivamente con cada décima de segundo. Empezaba a estar bajo el influjo del denso perfume de la dama. Atrapado en un hechizo invisible, paralizado, tal cual un sueño sabiendo que no lo era. Olía a lujo, bienestar y lujuria, muy intensamente. La fruta a punto de estallar.

Se abalanzó sobre él, y con sus dos brazos, le rodeó como si le fuera la vida en ello. Le beso en los labios, contundentemente. Si hubiera dispuesto de una sola décima de segundo libre, hubiese deseado desaparecer, aunque se sentía más próximo a estallar.

- Marcel, por fin mío, tengo tantas ganas de ti… -  Le susurraba al oído, con un ligero acento francés, que convertía a las erres en híbridos de ges. Margg-sel…, se deslizaba desde su boca, la de ella, hasta el oído, allí pegado, el de él.

Sucedía todo muy rápido y parecía aún más lento. Ni siquiera parpadeó. Hipnotizado, se dejaba arrastrar por aquella mujer, que se había agarrado a su brazo como si quisiera hacerlo suyo. El golpe frío de la noche acrecentó la percepción de realidad. Aquella mezcla de fragancia, calor y deseo feroz que le había atrapado, le llevaba en volandas por sobre la acera, en dirección al parking.

- ¿Me llevas a tu casa amor, o antes quieres comer algo? - Seguido de una inmensa carcajada. Se la veía feliz, exultante, rebosante y más en comparación a la parálisis mental de él.

- ¿Dónde has dejado el coche? Me muero por comerte, vengo con hambre acumulada. Vértigo mezclado con escalofrío. Su sexo que se sumaba a la fiesta endureciéndose, más y más, y él, gritando histérico, en la sala de mandos. Un cerebro mermado contra una lujuria desatada. Todo parecía precipitarse por un desfiladero tan real y placentero, como absurdo. El pánico combinado con el apetito le distorsionaba la objetividad. Poca sangre ya en la cabeza.

- ¿El coche? Aquí mismo, el primero… - En un segundo que apenas sucedió, estaba apoyado en su propio vehículo. Visibles, pero fuera del foco de la farola, la dama agachada, intentando desabrochar su cinturón con los dedos, ayudándose de los dientes. La furia no se detiene así como así, y sus pantalones apenas opusieron resistencia. Su miembro erecto, contenido por los calzoncillos, fue el poco obstáculo en el camino.

Ahora sí, con la boca y los dientes, le marcó la polla, aún protegida por la tela íntima. Un mordisco de cariño. Una materialización de la codicia carnal. Y los dedos de las uñas rojas lo liberaron, y la liberaron. Erección en plena noche y al aire. Tensión de la carne.

- ¡Por Diooos! – Un estruendo rompió el aparente silencio. La señora salió despedida, hacia atrás, sobresaltada, disparada. Aparentemente asustada, quedó en el suelo, sentada, con las piernas abiertas y las manos apoyadas en el asfalto. Un mohín inmenso de asco, y la ausencia de bragas, a la vista. Las medias coronaban únicamente sus muslos, blancos, de hermoso mármol.

- ¡Esto no puede ser! ¡Tú no eres Marcel, no puedes serlo con esa polla! A dónde vas con eso, cariño. Qué lástima… -

Desde la distancia, un automóvil grande, acertaba a colocarlos en su haz de luz, mientras les daba ráfagas. La mujer reaccionó, se recompuso en un santiamén, y se dirigió rápidamente hacia el vehículo camuflado en la oscuridad. – ¡Qué ridiculez! ¿cómo puedo haberme confundido? – Salpicando risas histéricas.

Gestionó la perplejidad tan bien como supo. El primer pensamiento articulado fue el de subirse los pantalones, y el segundo respirar. Una vez más, el frío le dio el bofetón imprescindible para volver al continuo real. “Tampoco era para ponerse así. Hasta hoy no había tenido queja. El tamaño está sobrevalorado...” Por suerte disponemos de un mecanismo mental ancestral de consolación.

- ¿Y Noé? ¿Estará esperándome? No me va a creer, ¿quién se va a creer esto?...

El tiempo había estado esperándole, su amiga también, en la acera, junto a su maleta, con una inmensa sonrisa y otra perplejidad minúscula, muy distinta.


2 comentarios:

  1. ¡Muchísimas gracias por volver a colaborar en esta casa! Gracias por seguir siempre ahí y por estas historias que escribes como tú tan bien haces! Besaco y abrazaco!

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  2. Un absoluto placer, y gracias a tí por invitarme...

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