Dicen
que soy una maniática. No sé por qué. Bueno, tal vez sí. El 10 es mi número
favorito, y siempre que estoy nerviosa trato de juntar 10 cosas que estén
relacionadas entre sí. Por ejemplo, en la sala de espera de la productora de
cine donde me habían citado conté, en el mismo intervalo de tiempo, la llamada
de un móvil, el zumbido de un aparato de aire acondicionado, la voz barítona de
un hombre, la risa de una mujer, el tic tac de un reloj de pilas de pared, el
golpe de una puerta al cerrarse, la sirena de una ambulancia, el estruendo de
una taladradora, el graznido de una cotorra argentina y, para que no me fallara
el número, tosí. En la sala había 10 moscas, ni una más ni una menos. Era un
lugar tan aburrido, ni una revista tenía, que me dediqué a contarlas durante la
hora que estuve esperando. Me pregunté si habría la misma proporción de machos
y de hembras. También me pregunté cómo se sexaban moscas. Oí, por fin, mi
nombre. Me levanté, aferrando mi carpeta como si me fuera la vida en ello, y
estiré todo lo que pude mi falda. Era más un tic que una necesidad. Conté el
número de baldosas del suelo más pulido que había visto en mi vida. Hasta la
puerta había 10. Bien. Taconeé con cuidado temiendo resbalar. Hacer el ridículo
acabaría con mi poca autoestima. De eso estaba segura. Lo malo es que alcancé a
oír las palabras de una mujer que, burlona, me puso como apuesta de juego: «1
euro que se tuerce un tobillo». Me enderecé, levanté la barbilla y eché los
hombros hacia atrás. Perdió la apuesta. Salvada la distancia, respiré 10 veces
para relajarme. Un pasillo y la puerta 10 (bien, bien, bien). El despacho en el
que me sumergí parecía extraído de un garito frecuentado por esos melenudos a
los que le gusta el tipo de música que a mí me parece ruido infernal. Olía,
además, a tabaco. Colgados por las paredes, un total de 10 carteles con músicos
de los que sólo identifiqué a David Bowie. Sobre la mesa del despacho
descansaban 10 vasos de cerámica, cada uno de distinto color y forma. Por supuesto, detrás de un enorme sillón de
piel que mostraba su espalda, salía el humo de un cigarrillo. Me entraron ganas
de fumar, algo que había hecho horas antes para relajarme. 10 cigarrillos, por
supuesto. Carraspeé. El sillón se giró. Esperaba a un hombre y no fue así. La
mujer de pelo rojizo, labios pintados de rojo y ojos saltones me recordó a
alguien. Una belleza extraña pero muy familiar. Puse la carpeta sobre la mesa y
mi cerebro a rebuscar. Consideré varias opciones: La peluquera en cuyas manos
no me había vuelto a poner; quizá la camarera de aquel restaurante tan caro
donde me prometí volver si se arreglaba mi futuro profesional; o, quizá, la
nueva amiguita de mi ex, a la que había enchufado en su próxima película y…
¿cine…? Sí, alguien del cine… Mi cerebro ya lo tenía a todo gas, tanto que
cuando escuché «¿está de acuerdo?» me di cuenta de que me había perdido unas
cuantas palabras que debían ser de suma importancia. Sonreí intentado no
parecer idiota. Asentí. «Pues entonces quedamos en 10 de cada», dijo la mujer.
Solo cuando se llevó el cigarrillo a la boca, expulsó el humo, inclinó la
cabeza mientras entrecerraba los ojos y jugueteó con los dedos la parte del
filtro, caí a quién me recordaba: ¡Bette Davis! Amplié la sonrisa, aliviada.
Con un gesto de la mano me indicó que me fuera. Obedecí sin poner en claro qué había
aceptado. Por supuesto, al pasar por las mismas baldosas resbaló el tacón
derecho y mi cadera hizo un extraño. No miré hacia atrás, respiré hondo y salí
con toda la dignidad herida. En la calle me devané los sesos para encontrar la
relación que tenían las últimas palabras de la mujer con mi profesión: diseñadora
de vestuario. Y me indigné conmigo misma por no aclarar la confusión, pero
mucho más al descubrir que me había dejado la carpeta en el despacho. Muerta de
ansiedad y vergüenza, comencé a desandar lo andado, cuando llegó un hombre con
una caja.
-
Oiga, se le ha olvidado esto.
-
¿Esto?
-
Los vasos.
Sí,
fue justo ese día cuando aborrecí el número 10 (el despacho era el contiguo) y casi
mato a la mujer que volvió a apostar que me torcería de nuevo un tobillo (ganó).
Gracias mil por volver a escribir en este aniversario, Consu. Es un relato divertidísimo y muy original donde me veo reflejada en varias características de la protagonista. GRACIAS! Un beso
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