viernes, 19 de noviembre de 2021

MANÍAS, PERO LA CULPA FUE DE BETTE DAVIS

 

Dicen que soy una maniática. No sé por qué. Bueno, tal vez sí. El 10 es mi número favorito, y siempre que estoy nerviosa trato de juntar 10 cosas que estén relacionadas entre sí. Por ejemplo, en la sala de espera de la productora de cine donde me habían citado conté, en el mismo intervalo de tiempo, la llamada de un móvil, el zumbido de un aparato de aire acondicionado, la voz barítona de un hombre, la risa de una mujer, el tic tac de un reloj de pilas de pared, el golpe de una puerta al cerrarse, la sirena de una ambulancia, el estruendo de una taladradora, el graznido de una cotorra argentina y, para que no me fallara el número, tosí. En la sala había 10 moscas, ni una más ni una menos. Era un lugar tan aburrido, ni una revista tenía, que me dediqué a contarlas durante la hora que estuve esperando. Me pregunté si habría la misma proporción de machos y de hembras. También me pregunté cómo se sexaban moscas. Oí, por fin, mi nombre. Me levanté, aferrando mi carpeta como si me fuera la vida en ello, y estiré todo lo que pude mi falda. Era más un tic que una necesidad. Conté el número de baldosas del suelo más pulido que había visto en mi vida. Hasta la puerta había 10. Bien. Taconeé con cuidado temiendo resbalar. Hacer el ridículo acabaría con mi poca autoestima. De eso estaba segura. Lo malo es que alcancé a oír las palabras de una mujer que, burlona, me puso como apuesta de juego: «1 euro que se tuerce un tobillo». Me enderecé, levanté la barbilla y eché los hombros hacia atrás. Perdió la apuesta. Salvada la distancia, respiré 10 veces para relajarme. Un pasillo y la puerta 10 (bien, bien, bien). El despacho en el que me sumergí parecía extraído de un garito frecuentado por esos melenudos a los que le gusta el tipo de música que a mí me parece ruido infernal. Olía, además, a tabaco. Colgados por las paredes, un total de 10 carteles con músicos de los que sólo identifiqué a David Bowie. Sobre la mesa del despacho descansaban 10 vasos de cerámica, cada uno de distinto color y forma.  Por supuesto, detrás de un enorme sillón de piel que mostraba su espalda, salía el humo de un cigarrillo. Me entraron ganas de fumar, algo que había hecho horas antes para relajarme. 10 cigarrillos, por supuesto. Carraspeé. El sillón se giró. Esperaba a un hombre y no fue así. La mujer de pelo rojizo, labios pintados de rojo y ojos saltones me recordó a alguien. Una belleza extraña pero muy familiar. Puse la carpeta sobre la mesa y mi cerebro a rebuscar. Consideré varias opciones: La peluquera en cuyas manos no me había vuelto a poner; quizá la camarera de aquel restaurante tan caro donde me prometí volver si se arreglaba mi futuro profesional; o, quizá, la nueva amiguita de mi ex, a la que había enchufado en su próxima película y… ¿cine…? Sí, alguien del cine… Mi cerebro ya lo tenía a todo gas, tanto que cuando escuché «¿está de acuerdo?» me di cuenta de que me había perdido unas cuantas palabras que debían ser de suma importancia. Sonreí intentado no parecer idiota. Asentí. «Pues entonces quedamos en 10 de cada», dijo la mujer. Solo cuando se llevó el cigarrillo a la boca, expulsó el humo, inclinó la cabeza mientras entrecerraba los ojos y jugueteó con los dedos la parte del filtro, caí a quién me recordaba: ¡Bette Davis! Amplié la sonrisa, aliviada. Con un gesto de la mano me indicó que me fuera. Obedecí sin poner en claro qué había aceptado. Por supuesto, al pasar por las mismas baldosas resbaló el tacón derecho y mi cadera hizo un extraño. No miré hacia atrás, respiré hondo y salí con toda la dignidad herida. En la calle me devané los sesos para encontrar la relación que tenían las últimas palabras de la mujer con mi profesión: diseñadora de vestuario. Y me indigné conmigo misma por no aclarar la confusión, pero mucho más al descubrir que me había dejado la carpeta en el despacho. Muerta de ansiedad y vergüenza, comencé a desandar lo andado, cuando llegó un hombre con una caja.

- Oiga, se le ha olvidado esto.

- ¿Esto?

- Los vasos.

Sí, fue justo ese día cuando aborrecí el número 10 (el despacho era el contiguo) y casi mato a la mujer que volvió a apostar que me torcería de nuevo un tobillo (ganó).

 


1 comentario:

  1. Gracias mil por volver a escribir en este aniversario, Consu. Es un relato divertidísimo y muy original donde me veo reflejada en varias características de la protagonista. GRACIAS! Un beso

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